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martes, 24 de mayo de 2011

Antes que se abra el telón, antes que comience la función.


Al tomar el pincel con su mano derecha, enfrenta todo aquello que vivió en su pasado. A veces llora, hoy no. Los colores abrazan fuerte al pincel como Isabel cuando envolvía los brazos en el cuerpo de su hijo, única mujer a quien extraña desde hace mucho tiempo.
Las primeras pinceladas son fuertes, con carácter. Siente cómo deja correr su vida en el lienzo, siente cada trazo como una marca indeleble en su piel.
Eneas tiene un gato y muchos muebles oscuros, un poco antiguos para la época. Poca luz, pero no le molesta. La cortina sigue cerrada. Prefiere pintar al aire libre, sentir el viento en su cara y el pasto entre los dedos gordos del pie.
Se rasca la cabeza, parece cansado aunque no tiene nada de sueño. Nervios.
En las butacas siempre se sintió cómodo y más cuando pasaba Domingos enteros en el teatro. Entre tachos de luz y trastos creció junto a su hermanita. El lugar del espectador siempre le sentó bien. Mirar, crear historias en su cabeza guardándoselas en secreto sólo para él y así divertirse.
Su mamá era una gran actriz.
Cuando Eneas subió a un escenario por primera vez, todavía tenía dientes de leche, sintió aquello que buscó volver a sentir en su vida entera. Luz. Una sonrisa inmensa. Se sentía bien. Igual, a Isabel se le notaba más. Era muy buena actriz ¿Lo dije ya? Cuando pisaba algún escenario, un escalofrío corría por la sala y llenaba el alma de cada espectador. A veces lloraban.
Siempre sonreía, siempre. Su hijo también pero menos.
Los pinceles sabían expresar todo lo que él no se animaba.
Tomó un poco de ocre, blanco. Otro poquito de azul, mucho negro y marrón. Sin embargo, era una pintura bastante iluminada. Una bailarina en puntas de pie antes de salir a escena, corriendo unos centímetros el pesado telón del teatro, intentando descubrir quizás a alguien especial en el público, o simplemente mirando por temor, o sólo por pasión. Pasión seguro. Era un cuadro repleto de pasión, tanto en la bailarina como para Eneas. Se sentía pleno, lleno, feliz.
Se acomodó en su sillón de leer, también antiguo, a contemplar los detalles de su obra. Tardó mucho, pero no se dio cuenta. Lo pintó con tantos recuerdos en sus ojos que le pareció tan natural y tan fugaz como los abrazos de su madre. Comenzó a sentirse incómodo pero bien. De repente, miedo, luz. Sonrió un largo rato. Se acercó corriendo a su paleta de colores, ya no tenía dientes de leche. El brillo en su cara, la protección de siempre. Sintió a Isabel más cerca que nunca.
Eran como una especie de sentimientos vertiginosos en forma de espiral casi como un caracol, pero muchísimo más rápido. Amagó a girar su cabeza, pero no. Calma. Sin quitar la vista del cuadro observó cada trozo y cada línea con detención.
Mientras tanto, la cortina volvía a abrirse, para ella era un momento sublime donde se mezclaban pasiones, dolores, recuerdos. Aquella bailarina, una vez mas, observaba alg
uien especial entre el público o quizás era solo por pasión ¿Quién sabe?