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martes, 1 de marzo de 2011

vómito.

Y después de tanto tiempo de soportar, cargar, aguantar, guardar, tragar, insoportablemente tolerar todas esas cosas que nos toca recibir por tal o cual motivo, la explosión llega. Sin avisar. Entra como energía muerta a nuestros cuerpos, empezamos a sentir en las uñas del pie toda esa carga negativa y la única solución posible que vemos en esos momentos es dejarla crecer. Dejarla seguir su camino, sube en forma de cosquillas por el metatarso, tobillo, nos abraza como quien nos toma de los pies para no dejarnos caminar, con fuerza. A medida que recorre nuestras piernas se siente cada vez más densa y poderosa. Llega a las rodillas con carácter fuerte y haciéndonos temblar de miedo, grita. Fluye como un río inverso, sin gravedad. Acaricia suavemente la zona de la pelvis y con un nudo en la garganta se instala en el ombligo. Presión. Duda. Impulsos. Los próximos segundos son casi imposibles de describir, son tan rápidos que cuesta sentirlo. Casi como salir a la superficie después de nadar un largo rato, o respirar pausadamente al terminar de correr. Vuela. Casi sin querer se aproxima a nuestras bocas. Y ese es el momento en que dejamos salir al vómito de ideas, de pensamientos, de estupideces. Pero no termina así, no se rinde. Después de las lágrimas, los gritos, quizás podrás descansar en paz.

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